La palabra espejo, tan manida, tan cercana, tan vivida, se torna sombría, opaca, incluso se multiplica al infinito en este poemario. En ella intervienen los versos que nombran el universo, acantilados, experiencias sensibles; navega, se escabulle, líquida, maldita, divina. A veces el ritmo se rompe. Ensancha, dispersa, centra todos los espejos a través de los cuales podríamos contemplar la unidad indisoluble de esa
realidad bifronte que no se puede agarrar con los tentáculos de la razón y que, no obstante, se piensa y se crea a sí misma.