La voz de Luis Germán es parca. Oscila entre la timidez, la ironía y una risa en voz baja. Nos devela lo que su mirada descubre en los entresijos de situaciones cotidianas. Los sucesos pierden, entonces el peso de lo concreto y adquieren levedad y profundidad; un aire de transfiguración. En este poemario todo tiene nombre propio. Las imágenes dan cuenta del tiempo vivido y el tiempo recordado. El poeta rinde tributo a sus muertos. A parientes, amigos y escritores. A los paisajes de la infancia. Al gato y al pájaro, al verano y al trueno. Y al sol que entra junto con las sombras de los árboles a la casa de baldosas brillantes.