En 1992, durante los cuatro días en que el Carnaval de Barranquilla despliega su pompa y su locura, una historia paralela tiene lugar, cuando un reciclador sobrevive a un intento de asesinato por parte de algunos guardas de seguridad y otros funcionarios de la facultad de medicina de una universidad prestigiosa de la ciudad. La finalidad: el tráfico de órganos y de cadáveres para los estudios de anatomía.
Entonces se despliega un cubrimiento mediático que funciona como una simple plataforma para las rivalidades políticas locales, mientras que la investigación del caso se estanca en las consabidas trampas de arena burocráticas, comunes cuando hay personas prestantes involucradas en los crímenes. Con una prosa ágil y cinematográfica, esta novela, al mismo tiempo que muestras los crímenes más atroces, se detiene en interesantes reflexiones sobre la condición humana. La historia se centra en el indigente que sobrevive, y desde su punto de vista se hace una radiografía de la vida de los habitantes de la calle y la forma como se relacionan con los citadinos «normales», una tensión entre la indiferencia y el desprecio, aunque a la hora del Carnaval todos ignoren la podredumbre de una sociedad hipócrita y desigual, y la violencia y las mentiras que regulan el orden y la perpetuación del statu quo.