Este libro, el primero editado sobre el tema en Colombia, nos adentra por veinticinco cavernas de su territorio, metiéndonos bajo la piel del planeta para recorrer un universo cuya existencia ni siquiera habíamos sospechado. Es un registro de nuestro paisaje infraterrestre, una riqueza que también nos pertenece.
Y en este periplo, una nueva dimensión se revela ante nuestros ojos. Un mundo dotado de bosques y montañas, de ríos y quebradas, de saltos y cascadas. Un mundo de intensos colores, tejido entre pasadizos, floras y faunas que nos son desconocidas. Un raro paisaje, donde los ríos pueden sumirse bajo un frente rocoso sin que haya manera de volverlos a encontrar o saber hacia dónde se dirigen o dónde desembocan. Un sistema de lagos y corrientes que hacen forzoso el desplazamiento en kayak por sus aguas. Formaciones rocosas, estratos y minerales que encierran valiosos datos sobre el planeta, su formación y su evolución. Y en este vientre oscuro también inusitados y poéticos cielos estrellados.
Los espeleólogos esos arrojados exploradores del inframundo armados de cuerdas y linternas, apoyados en sensibles aparatos, confiados en sus destrezas e impulsados por la pasión, se descuelgan a ver con qué se topan. Es un trabajo que encierra riesgos. Lanzarse a las entrañas profundas de estas cavidades, colarse por sus estrecheces, tiene costos, a veces en términos de la vida misma.
Pero este libro, que resume un trabajo iniciado hace diez años por Juan Carlos Higuera sobre un campo del cual prácticamente todo se ignoraba, prueba que cuando los exploradores se amarran las botas y salen a caminar, aparecen nuevos mundos. Este no es solo un libro de fotografías, es también una puesta sonora de cada uno de los lugares donde se tomaron las imágenes, incluyendo en algunos casos la participación de artistas que se sintonizaron con la profundidad. Para oírla, basta escanear con el celular los códigos QR donde aparecen y presentir el escenario.