A diferencia de la enfermedad, del sufrimiento y de la muerte, la violencia representa lo que es malo de manera incondicional y absoluta. Allí se encuentra la raíz del mal propiamente humano. Por ello fracasan los intentos de justificarla apelando a nobles ideales, a la necesidad de enfrentar la violencia con la violencia, o a su ineludible presencia a lo largo de la historia. Torturar a un hombre para fines superiores sigue siendo simple y llanamente torturar a un hombre. Ello no condena sin embargo a la víctima a padecer pasivamente las arremetidas del agresor. Por el contrario, la defensa de la dignidad justifica en algunos casos el recurso a la fuerza, y en casos extremos al poder disuasivo de las armas. La defensa de la licitud moral de la fuerza representa así una alternativa a la aceptación pasiva de la agresión y al recurso a la violencia para enfrentarla.