¿Qué jardines felices, bien regados sus árboles, qué cálices de flores de tierno deshojarse maduran las extrañas, las exquisitas frutas del consuelo, las pródigas, halladas en el pasto de tu propia indigencia? Año tras año, te admira su sazón, la piel suave, su justa medida, que por ti ha esquivado a las aves volubles o, en el fondo, al celoso gusano. ¿Entonces es que hay árboles rondados por los [ángeles, cultivo de morosos y extraños jardineros? ¿Entonces nos dan fruto y no nos pertenecen? Nuestro obrar prematuro y al poco nuevamente marchito, nuestro ser, que es un bosquejo, ¿perturbó alguna vez sus intactos veranos? «XVII», de Rainer M