En 2014 Elizabeth Holmes era considerada como la nueva Steve Jobs: una brillante alumna que abandonó Stanford, cuyo mágica nueva empresa prometía revolucionar la industria médica con una máquina que haría las pruebas de sangre significativamente más rápidas y fáciles. Respaldados por inversionistas importantes, Theranos vendió acciones en una ronda de recaudación que valoró a la compañía en más de 9.000 millones. Solo había un problema: la tecnología no funcionaba. Durante años, Holmes había engañado a inversionistas, funcionarios de la FDA y a sus empleados. Cuando John Carreyrou destapó escándalo en 2015 en el Wall Street Journal fueron amenazados con demandas. En 2017 el valor de la compañía era cero y Holmes se enfrentaba a una acción legal potencial del gobierno e inversionistas.