En 1591 España tiene ocho millones de habitantes de los cuales un 80 por ciento vive en Castilla. Entre 1530 y 1591 la población castellana se ha duplicado, gracias al crecimiento demográfico continuado durante todo el siglo. Empieza un reflujo en torno al año 1600, con la desaparición de unas 500.000 personas, víctimas de la "gran peste" (1596-1602), y la expulsión de 300.000 moriscos, más o menos (1609-1614); otros tantos factores a los cuales se deben agregar las consecuencias de la emigración a las Indias que esquilma cada año entre 4.000 y 5.000 fuerzas vivas del país. Esta población está desigualmente repartida: su densidad es mayor del norte de la península a la cuenca del Tajo (20 por kilómetro cuadrado) y las poblaciones se van desarrollando, sobre todo en los últimos decenios del siglo, a expensas del campo, atrayendo no sólo a los pobres y vagabundos (salarios más altos y organización de la beneficencia) sino también a la aristocracia que levanta en ellas ricas mansiones y palacios, contribuyendo de esta forma al cambio de sociedad que acompaña la subida al trono de Felipe III en 1598. Con arreglo a los recursos, los hombres son sin embargo demasiados, amenazados permanentemente por el hambre y las miserias de toda clase; para contrarrestar la escasez del pan, base de la alimentación, las ciudades organizan y controlan el almacenamiento de trigo. Importantes sectores de la sociedad tienen que luchar por sobrevivir. Las novelas picarescas reflejan -cada una de manera específica- esta realidad de la vida cotidiana.