«Con este tratado o tratamiento de la injusticia lo que pretendo es considerar a la experiencia de la injusticia como el lugar filosófico de una teoría posible de la justicia. La justicia es desde luego un tema mayor de la reflexión política. Siempre ha sido así, pero ahora más porque la justicia ha pasado de virtud cardinal a fundamento moral de la sociedad. Ese cambio de lo ?bueno? a lo ?justo? ha sido saludado como un salto cualitativo pues hemos pasado de una justicia doméstica a otra capaz de plantearse criterios aceptables por todos de lo que es justo o injusto. Lo que pretendo es revisar críticamente este planteamiento señalando, en primer lugar, lo que se pierde en el paso de la justicia de los antiguos a la de los modernos y llamando la atención, en segundo lugar, sobre un ?equívoco originario? que malicia la calidad de los planteamientos modernos. Me refiero a la confusión entre desigualdad e injusticia. Se las toma por lo mismo cuando no lo son. Las desigualdades, en efecto, son naturales y las injusticias, históricas; las primeras, atemporales y las segundas, con tiempo; aquéllas, moralmente neutras y éstas conllevan culpas y responsabilidades. Esta remisión de la injusticia al tiempo explica la complicidad entre memoria y justicia. La memoria está al alza. Esta explosión memorial tiene que ver con un desarrollo del concepto filosófico de memoria a lo largo del siglo XX cuyo vértice es la afirmación de que la ?memoria es justicia?. Esta tesis se expone en siete puntos: 1) sin memoria no hay injusticia; 2) la justicia es una memoria determinada de la injusticia; 3) la memoria abre expedientes que la ciencia clausura; 4) la memoria permite una actualización crítica de la antigua justicia general; 5) sin memoria la justicia global no es universal; 6) la memoria no es la justicia sino sólo el inicio de un proceso que acaba en la reconciliación; 7) el gesto intelectual de Las Casas como talante adecuado al tratamiento teórico de la justicia.»