La ciudad interior es un libro polifacético. Ya desde la forma se desdobla en dos partes: una novela y un ensayo, La prosa de las ciudades, que le sirve de epílogo. Ambas unidas por la misma inquietud: relatar la ciudad como escenario donde el ser humano explaya todas sus angustias, alegrías, perturbaciones, teniendo a la literatura de fondo, como oficio, obsesión y vocación. Dicha cualidad se lleva al extremo más vanguardista cuando el autor fragmenta su discurso en dos columnas que discurren paralelas en forma y contenido para expresar los dos grandes temas de esta obra: la escritura y la ciudad.
Un escritor lucha por darle forma a su manuscrito, mientras que dos ciudades, París y Berlín, lo seducen para que abandone ese mundo de ficción y se aboque a recorrer sus calles, estaciones de metro, museos, puentes, plazas y monumentos. En esa aparente sencillez narrativa la novela se convierte en un tratado de metaliteratura, en una obra filosófica, en un ensayo de estética, en un diario de viaje; y todos estos discursos fluyen sin estorbarse, sin robarse protagonismo, con la espontaneidad con la que el protagonista los presenta en forma de monólogo interior, conversación de café o diálogo casi esquizoide consigo mismo.
Así, tiene el lector en sus manos una obra dinámica a la vez que profunda, que plantea retos narrativos y al mismo tiempo indaga con rigor crítico en los procesos creativos de la literatura, y reflexiona sobre la ciudad, ya no como simple escenario, sino como hábitat indispensable para pensar la literatura y la vida que corre en paralelo u opuesta, incluso, a aquella.