ICuando los hombres inventaron la palanca para levantar y desplazar fardos, no se sabe si lo hicieron imitando y prolongando sus brazos. Sin embargo algunos filo´sofos vera´n en las ma´quinas ima´genes de nuestro propio cuerpo y sacara´n teori´as antropolo´gicas de ese reflejo meca´nico de nosotros mismos. El Tratado del hombre de Descartes, ma´s expli´citamente el Hombre- ma´quina de La Mettrie, testimonian este esfuerzo para comprender al hombre a partir de sus realizaciones concebidas como una prolongacio´n y un reflejo de si´ mismo.
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En la actualidad, el computador que ha ganado todos los sectores de la actividad humana no prolonga ya el cuerpo sino el espi´ritu. Si es ma´s eficaz que nosotros en muchi´simas tareas que tienen que ver con la actividad intelectual ¿se puede proseguir para el espi´ritu la analogi´a maqui´nica que Descartes desarrollaba para el cuerpo? Desde el nacimiento de los primeros ordenadores, aquellos que habi´an presidido su concepcio´n, Turing, von Neumann, plantearon la pregunta de saber si una ma´quina podi´a pensar. La respuesta, si no es radicalmente negativa, por muy matizada que sea, autoriza la continuacio´n de esa filosofi´a de la analogi´a.
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Ma´s alla´ de los temores que pueda suscitar la idea de una ma´quina que piense, ma´s alla´ tambie´n del mito del auto´mata o del Golem, se trata en esta obra de emprender una reflexio´n para, a la vez, determinar mejor lo que el reflejo informa´tico de nuestro espi´ritu puede ensen~ar sobre nosotros mismos, y trazar los nuevos li´mites que separan al hombre de la ma´quina que e´l ha construido.